No se puede hablar de ningún tema de desarrollo sin ubicarlo. Esto parece una obviedad, pero desafortunadamente se olvida o se deja a un lado con frecuencia, ya sea por negligencia, ignorancia o por soberbia. Cuando diseñamos proyectos o programas de desarrollo, el lugar no solo importa sino que incluso determina la forma y el contenido de estos.
El lugar importa, porque ese territorio presenta restricciones y capacidades sociales, ambientales, económicas y culturales que van a interactuar con cualquier intervención que pretenda cambiar la situación existente. Esas interacciones son complejas, dinámicas y no las podemos anticipar. El territorio, en su concepto más amplio e integral, condiciona y habilita. A su vez, tenemos un gran número de agentes que actúan en y sobre ese territorio: públicos y privados, individuales y colectivos, formales e informales, etcétera. Es decir: cualquier territorio es un sistema complejo y lo debemos tratar como tal.
Enfoque territorial del desarrollo
Muchas son las implicaciones de asumir la complejidad de un territorio. Comentaré acá solo algunas de ellas. La primera es que no podemos partir al territorio en sectores o temas: educación, salud, industria, turismo, agua, ambiente… Todos estos temas están vinculados entre sí, y una acción en uno de ellos afectará a otros. Visto desde otro ángulo, difícilmente se logrará contribuir a un cambio positivo en alguno de ellos sin tomar a muchos de los otros en cuenta.
Esta consideración es particularmente importante para los ministerios sectoriales, que usualmente reducen su mirada a su ámbito de competencia y ven (o deciden ver) a un territorio fraccionado e irreal. No es raro entonces que con más frecuencia que la deseada veamos el fracaso de grandes programas sectoriales, que “aterrizan” en los territorios, con el consiguiente despilfarro de recursos públicos.
Descentralización y empoderamiento local
Una segunda implicación de asumir la complejidad del territorio es que las decisiones deben acercarse al nivel donde se esté actuando para lograr la flexibilidad, capacidad de adaptación y respuesta en la toma de decisiones que requiere actuar en sistemas complejos. La centralización de decisiones que son altamente sensibles a cada contexto es una limitación frecuente que hace naufragar muchos programas y proyectos.
Falsas justificaciones de control, gestión de riesgos y rendición de cuentas se esgrimen para no descentralizar las decisiones, cuando en la mayor parte de los casos el costo económico y social de la centralización es mucho mayor. Se necesita el contacto, la cercanía al territorio, para reconocer los patrones que emergen y, basado en ello, tomar las decisiones oportunas y adecuadas a ese contexto y momento específicos.
Planificación articulada y flexible
La tercera implicación de asumir la complejidad del desarrollo se refiere a la planificación. Municipios, ciudades, regiones están saturadas de planes de todo tipo, desde los más generales a sectoriales. La mayoría de tales planes terminan su vida después del momento de su presentación. La realidad es que muchos de estos planes y metodologías utilizadas están basados en una lógica lineal y ordenada de causa-efecto que no funciona en un sistema complejo como es el territorio.
Se necesita un nuevo tipo de planificación (tal vez hasta un nombre distinto) que priorice la gestión dinámica, la adaptación y la experimentación. Este nuevo tipo de planificación-gestión debe conectarse con los restantes niveles. El territorio en el que trabajamos (municipio, ciudad, región, cuenca hidrográfica, etc.) es un sistema complejo que contiene muchos sistemas complejos y que, a su vez, es parte de un sistema complejo más amplio. Esas interacciones en ambos sentidos deben ser tomadas en cuenta a la hora de planificar-gestionar.
Son muchas más las implicaciones de asumir —y de aceptar— la complejidad del territorio y su desarrollo. No es algo teórico o abstracto. No se resuelve con un manual o check-list. Es un enfoque práctico para el que se necesita un cambio importante de perspectivas y capacidades a todos los niveles. Mucho se habla de los ODS y su localización, pero «localizar los ODS» no será posible si no aceptamos que es el territorio un sistema complejo y que nuestra forma de planificar, decidir y actuar debe tomar semejante presupuesto como principio o punto de partida.
Todos apoyan, al menos en el discurso, que los actores locales (públicos y privados) son esenciales para avanzar en el desarrollo sostenible. Así mismo se reconocen que las mediciones nacionales esconden tremendas inequidades territoriales (rural-urbano, entre barrios, entre regiones, etc.). Estas inequidades pueden condicionar el acceso a la salud, al empleo, a la educación y a muchos otros derechos humanos. Sin embargo, se mantiene el enfoque de enfrentar estos desafíos desde niveles centrales o, incluso, internacionales, con muy poca decisión de los “beneficiarios”. No basta con destinar más recursos a lo local o territorial: hay que hacerlo diferente, hay que respetar los contextos y su diversidad. Y sí: el lugar y el momento importan… y mucho.